De forma general se relaciona la depresión con la tristeza. Si bien puede haber tristeza en la persona que padece una depresión, lo que aparece de forma recurrente es la falta de interés y motivación por aspectos de la vida que con anterioridad resultaban motivantes. Falta de interés que va acompañado de otras dificultades, tanto a nivel físico como emocional (alteraciones en el apetito, el sueño, sentimientos de baja autoestima, de impotencia, dificultades para la concentración y la memoria, etc). En algunos casos incluso, los síntomas son exclusivamente somáticos (dolor de espalda, cefaleas, infecciones recurrentes, etc) son las llamadas depresiones enmascaradas que pueden tardar años en ser diagnosticadas. Ninguna depresión es igual porque en cada persona concurren factores genéticos, neurofisiológicos, endocrinos, psicológicos y ambientales diferentes, dando lugar a cuadros únicos que requieren, en la mayoría de los casos, una intervención interdisciplinar.
Cuando la depresión se instaura, cambian las percepciones, es como si desaparecieran los aspectos luminosos de la vida, aquellos que comparten protagonismo con las luchas y las decepciones y que hacen que la vida merezca ser vivida. En la persona que padece depresión no se percibe nada que no sea oscuro y devastador.
Esa falta de vitalidad hace que para la persona cualquier actividad se convierta en algo especialmente duro, excesivo, imposible. No llega a entender que le pasa, porqué no puede disfrutar con las mismas cosas que antes disfrutaba, se siente incapacitada, impotente, incluso ridícula. Sentimientos retroalimentan los síntomas, desgastando a la persona y llevándola a una situación cada vez peor.
En una gran mayoría de casos la depresión se combina con la ansiedad. La sensación de tener miedo o preocupación todo el tiempo pero sin ni siquiera saber exactamente por qué.
No importa que objetivamente hablando la vida sea razonablemente buena, la depresión hace que el sufrimiento de la persona sea de tal magnitud que, en ocasiones, solo es capaz de vislumbrar como única salida la muerte.
Durante muchos años, la depresión se consideró como un déficit neuroquímico y el tratamiento se centró en la administración de antidepresivos, con el objetivo de subsanar esas deficiencias. No obstante, al pasar los años se ha visto que los fármacos no son la única solución a un problema que, en palabras de la OMS se configura como la epidemia del siglo XXI. Epidemia que está alcanzando a un porcentaje muy elevado de la población, a edades cada vez más tempranas. De hecho, recientes investigaciones parecen señalar que los fármacos, por sí solos, no han demostrado ser más efectivos que el placebo, ni tampoco sirven para eliminan el riesgo de recaídas, riesgo que aumenta con cada nuevo episodio de depresión (los porcentajes de recaída oscilan entre el 50%-80%).
Existen tantas hipótesis sobre la depresión como ámbitos de investigación que han abordado este incapacitante trastorno. Desde las neurociencias se han podido detectar diferencias en algunas zonas del cerebro de las personas que padecen depresiones severas en comparación con personas del grupo de control. Una de las líneas de investigación señala las áreas ligadas al procesamiento sensorial, en especial el cortex auditivo y las áreas sensoriales primarias. De hecho, los pacientes con depresión, suelen presentar síntomas ligados al funcionamiento de estas áreas (cansancio, falta de interés en la comunicación, procesamiento sonoro distorsionado, etc).
Desde hace algunos años se utilizan diferentes estrategias de estimulación cerebral que favorecen la neuroplasticidad. Una de estas estrategias consiste en el uso de estimulación auditiva. La estimulación auditiva utiliza la via auditiva para acceder a aquellas zonas del cerebro más afectadas en el caso de la depresión. Mediante músicas filtradas, altamente organizadas y energetizantes proporciona una forma de intervención sin efectos secundarios, que les permite optimizar la eficacia de la vía de procesamiento auditivo y todas las conexiones con las que concurre, mejorando con ello el nivel de energía o arousal, la motivación, la capacidad de comunicación y los síntomas relacionados con la ansiedad.
Cuando los pacientes recuperan estas capacidades, cuando recuperan su vitalidad, se encuentran en condiciones óptimas para realizar un tratamiento psicológico en profundidad que permite explorar las causas subyacentes a la depresión y desarrollar nuevas estrategias de afrontamiento que permiten prevenir futuras recaídas, uno de los principales problemas de los tratamientos actuales.